lunes, 29 de mayo de 2017

El primer beso

El primer beso suponía un 8 en la escala de la felicidad. Pero, con el armonioso compás al que se entregaban frenéticos latidos, acelerados y atropellados en una carrera sin ganador, simplemente cualquier realidad se desdibujaba. Tampoco podía comparar, porque era desconocedor de lo que se sentía cuando la ventura embargaba, y la similitud de estar a las puertas del cielo en un roce tan pletórico simplemente angustiaba hasta el punto de olvidar que respirar era necesario para mantenerse vivo. Roce súbito cual tempestad anhelada, la lluvia necesaria para apagar la sed, el flujo incoherente de pensamientos en blanco.

Siempre pensó que estaría nervioso al primer beso, que no sabría cómo reaccionar, que se perdería en un mar de inseguridad cortejado por labios ajenos; nada más lejos de la realidad, desvaneciéndose esta mientras a su alrededor todo perdía el sentido, y el sutil apego de carnosidades en lentos movimientos era el maestro de orquesta perfecto para transformarse en la camaleónica esencia de un experto sin antiguas experiencias. Cinco eran los sentidos, que en el más puro cortejo estaban todos localizados en el secreto profesado del arte de besar: el gusto por la dulzura, el tacto de lo erótico, la vista nublada que no era necesaria, el oído que zumbaba interrumpido por chasquidos de besos, y el aroma a vino añejo que lo lanzaba al filo de la irrealidad. Calculó los movimientos, trémulos los dedos por el aumento de adrenalina, que lo llevaba a sufrir la arritmia del enamorado, y las mariposas en el estómago le hacían volar incluso tumbado en la cama; alzó la mano a relegarla en su nuca, temblando como si se tratara de una mariposa enfrenta a la tempestad, y la separación al ritmo sinusal desfogado le provocó un silencio abrumador: las palabras se unieron, creando el hilo de una ilusión que solo en los libros había vivido, y le miró a los ojos en la antítesis de hallarse perdido y haberlo encontrado.


¿Qué realidad, si ahora todo su mundo giraba en torno a ese universo violáceo que le arrebata la errática respiración? La separación, las palabras, fueron suficientes para darse cuenta de dónde estaba, y quién era, procesando lo ocurrido, la realidad de lo vivido, la experiencia más satisfactoria que recordaba. Se mordió el labio inferior, e inconscientemente lo fue soltando, poco a poco, en una caricia sensual de la que desconocía la magia. ¿Quería seguir? ¿Hasta dónde estaba dispuesto a arriesgar? No podía seguir jugando, llevaba todas las de perder. Pero la agonía por la supervivencia fue el arrebato más idílico, y alzó la cabeza para volver a buscar los labios, queriendo que el maestro le mostrara que había esperanza incluso más allá de un simple sueño.

( He tratado de hacerlo impersonal, pero ha salido así. Esto es lo que sucede cuando se lee mucho a Bécquer y te da la inspiración )

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