viernes, 2 de agosto de 2013

Esperanza

A pesar de la oscuridad de la noche el mercenario veía la humareda elevarse por encima de los árboles del frondoso bosque en el que se encontraba y temió por su aldea. Corrió todo lo que pudo hasta salir de la maleza, deteniéndose en el linde del bosque. La vista lo dejó petrificado unos segundos: el fuego ardía todavía en algunas casas pero los escombros chamuscados del resto de las viviendas formaban la mayoría de los restos de lo que había sido su pueblo.
Aún agitado, se acercó corriendo hasta la entrada del lugar y dubitó un momento, con el corazón latiéndole muy rápido. Finalmente comenzó a andar entre los restos, alejándose de aquellos de los que aún salía algo de humo para evitar que se le metiera en los ojos.
El corazón se le aceleró cuando se fijó en los escombros de una vivienda en concreto; y subió la montaña de restos de lo que hacía dos días había sido su casa. Rezó por que su mujer y su hijo pequeño no hubieran corrido la misma suerte que su casa. Se arrodilló sobre los restos sin importarle que sus pantalones se mancharan de hollín, y bajó la cabeza. Después de varios minutos de reflexión se dijo a sí mismo que no merecía la pena lamentarse y perder la esperanza tan pronto. Descendió la montaña de escombros y recogió el hacha de un filo que había dejado en el suelo antes de subir. se la colgó a la espalda y comenzó a andar.
Durante varias horas no supo dónde iba, dónde pisaba ni el paso que llevaba. solo pensaba en su aldea y le dolía el hecho de no haber podido estar allí cuando los bandido atacaron. solo el llanto de un niño logró devolverle a la realidad. Lo escuchó muy cerca y decidió acercarse al origen de aquel sonido. Con mucha cautela se movió entre la maleza y localizó la entrada de una cueva, a la que se acercó lentamente. A pesar
de su pequeño tamaño, la cueva estaba llena de personas agrupadas, y todas ellas tenían caras conocidas; los aldeanos de su pueblo se habían refugiado en la cueva, al parecer sanos y salvos. Buscó a su mujer entre la multitud, y la gente le regalaba alentadoras sonrisas mientras pasaba entre ella. Cuando al fin la localizó, sentada junto a otras mujeres, con su bebé en brazos. Se acercó a ella cautelosamente para evitar tropezar o pisar a alguien y ella, al verlo, se puso rápidamente de pié, aún con el niño en brazos, para recibir un fuerte abrazo. luego le dio un beso al niño en la frente, el cual le miraba con los ojos muy abiertos y aún con restos de lágrimas en su rostro, pero ya no lloraba. Sonrió de nuevo a su mujer, y luego se dio la vuelta buscando a los jefes de la aldea para proponerles reconstruirla.

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